Ante esta preocupante situación, el tema de la capacitación debe adquirir un lugar preponderante en la agenda educativa bajo nuevas tácticas y estrategias; un primer aspecto a considerar, es la reformulación de la capacitación docente bajo un paradigma de “desarrollo profesional”, lo cual, obviamente, debe estar jalonado por un sistema que estimule o premie los esfuerzos de este desarrollo; un segundo aspecto, es la creación de una “cultura permanente” de este desarrollo profesional, es decir, no debe haber momentos específicos en intervalos prolongados, sino que el desarrollo profesional y/o la actualización debe ser una tarea permanente. Otro punto importante sobre este tema es que las capacitaciones deben ser diseñadas y ejecutadas por maestros y maestras que conozcan la realidad, y que hallan tenido la experiencia real y la suficiente autoridad ética para ser orientadores; generalmente en nuestra tradición malinchista los capacitadores ni son maestros o maestras, y en muchos casos ni conocen la realidad, inclusive se ha dado la situación que se trae un experto o experta conferencista cuyos dotes son más bien el dominio de grandes auditorium con presentaciones en power point fascinantes y otros recursos impactantes; tal como señala el experto mexicano Daffny Rosado, en un Foro de Consulta sobre Educación Media, es muy importante “hacer lo nuestro” y no “hacerlo nuestro”. De hecho, cabe destacar que si tenemos la necesidad de recurrir a experiencias de otros países, por favor, busquemos entonces ejemplos exitosos de países desarrollados y con más madurez, y no los que tradicionalmente se buscan en Latinoamérica en Argentina, Chile, México, Brasil o Colombia, que en resumidas cuentas, el desarrollo educativo está igual que el nuestro, con la diferencia que los problemas y las soluciones son más grandes, pero que en el fondo mantienen índices análogos de inequidad, subdesarrollo, dependencia, pobreza. La creación de una cultura o disciplina personal de autodesarrollo profesional debe emerger en las instituciones de formación docente –o antes-; si a los estudiantes universitarios no se les exige o no se les introduce en el camino de las responsabilidades profesionales autónomas, si no se les ayuda a construir un hábito de lectura o de actualización, difícilmente podrán autoformarse en el escenario laboral. Estamos ante un grave problema asociado a la motivación y a la autoestima, lo cual a su vez se articula con varios factores: en primer lugar, el status docente y sus posibilidades de desarrollo ¿qué le puede motivar al docente a superarse profesionalmente o a invertir en un postgrado?, o bien ¿qué condiciones de posibilidad existen para escalar a mayores niveles?; en segundo lugar, la calidad del sistema ¿qué institución garantiza estándares de calidad en el campo educativo a nivel de diplomados, postgrados, maestrías y doctorados?; en tercer lugar, la relación entre el perfil del candidato al magisterio y las condiciones de su formación profesional ¿aspiran los estudiantes y docentes a superarse por convicciones personales o tiene que existir un incentivo económico?. Un penúltimo aspecto a considerar sobre este tópico, es el relacionado a las condicionantes que generalmente demandan capacitación; por ejemplo, la reformas curriculares son un detonante clásico; lo paradójico es que las experiencias reales del aula, y en ellas, los procesos de orientación y autodesarrollo profesional son los elementos que deberían exigir las reformas curriculares y no al revés; la tensión entre problemas educativos y soluciones pedagógicas, las propias experiencias y recursos reales, deberían ser las fuentes de
retroalimentación para el currículo y para los libros de texto; pero no, el docente siempre es el ente pasivo que se viene a enterar por boca de un extraño, lo que le pasa y cómo debe actuar; pero nadie es profeta en su tierra ni en su mundo laboral, parece necesario que alguien venga a decirle a uno qué problemas tiene y que encima cobre por eso. En última instancia, el tema de desarrollo profesional y de una cultura de autoformación tiene que ver con una visión de futuro y con una autocompresión de la profesionalidad docente; mientras se haga docencia para sobrevivir o mientras se haga un docencia desfigurada o saturada, no habrá espacios, tan siquiera para pensar en la importancia del desarrollo profesional; más allá de las inquietudes vocacionales, también el sistema tendrá que abrir los espacios iniciales para jalonar o para estimular esta preocupación profesional.
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