lunes, 21 de enero de 2019

Valores

Valores
En la década de los noventa, mientras se erguía la globalidad, múltiples sectores comenzaron a descubrir una fragmentación social decadente, pautada por la violencia y la intolerancia, factores típicos de una sociedad heterogénea, plural y atomizada; el andamiaje de sensibilidades sociales, y los lazos de la tradición referentes a: la vecindad, al paseo del parque, a las fiestas patronales y las expresiones lúdicas más primarias, entre otros factores, comenzaron a desmoronarse, frente a la vertiginosa fuerza de la tecnología, de la información y de la competitividad. El marco referencial axiológico ingresaba en un proceso de entropía; y en este escenario algunos actores reclamaron la Educación en Valores como táctica y estrategia reactiva.
Las políticas y programas de educación en valores comenzaron a surgir como una respuesta a la mencionada decadencia social y a la falta de mística magisterial; en efecto, el sector magisterial y sus centros de formación ingresaron en la supercarretera del deterioro, y con el réquiem de las Normales, los docentes se transformaron en facilitadores técnicos de aprendizajes, dejando atrás el soporte místico de una profesión dedicada, en otros tiempos, a ser artesana de la conciencia ciudadana.
Una valoración muy a priori sobre este tema nos lleva a posibles conclusiones sobre cierta insuficiencia de estos lineamientos, a partir de los siguientes juicios: en primer lugar, el mundo de lo ético no puede ser tratado como un contenido curricular más; los valores solo se asimilan y encarnan con la experiencia; por más que el maestro o la maestra intente un ejercicio de identificar, jerarquizar y descomponer valores, esta tarea no pasará de un ejercicio más teórico, lo que se necesita es que el alumno y la alumna participe en experiencias reales en donde pueda aplicar el juicio ético guiado por el maestro o la maestra; en segundo lugar, el primer escenario determinante para la configuración ética de la persona es la familia, y el aula se transforma en un segundo momento de refuerzo; por sus propios fines y tiempos, la escuela tiene demasiadas limitantes para incidir significativamente en un carácter ético; en tercer lugar, casi todas los programas de valores dejan de lado el factor antropológico de las “creencias” que es anterior y sustento del marco axiológico; en efecto, las creencias son un sustrato más profundo de la personalidad, las personas generalmente conocen los valores, pero sus creencias tienen un peso más determinante en las acciones cotidianas; en cuarto lugar, tendríamos que acuñar la autoridad ética de los padres y madres de familia y del magisterio, la cual se rige en muchos casos por el “hagan lo que yo digo, no lo que yo hago”, y esto sí es importante en la definición de la personalidad debido a factores miméticos de modelos; lamentablemente, los modelos de nuestros niños, niñas y adolescentes son los pseudo héroes de los efectos especiales de Hollywood.
Frente a este panorama complejo e intrincado nos preguntamos: ¿es posible educar en valores?; digamos inicialmente que sí, no obstante habrá que profundizar sobre las tácticas y estrategias, ya que no es un terreno ligero y fácil; además, no debe ser una tarea aislada o unilateral del sector educación, se requiere el esfuerzo y compromiso de otros sectores comenzando por la familia, siguiendo por los medios de comunicación, y demás fuerzas sociales, ya que a fin de cuentas una sociedad más ética nos beneficia a todos. Finalmente, la escuela puede y debe asumir este rol convocante para iniciar una verdadera educación en valores más allá de los mandatos curriculares y del aula, buscando, además, verdaderas experiencias constructivas que pongan en juego la elección racional.
Pero, profundicemos un poco más sobre las tesis antes expuestas. Al margen de las diversas concepciones ortodoxas y heterodoxas de los valores, y de la discusión sobre la necesidad de una moral o de una ética más o menos laica o religiosa, existe un previo a discutir. Se parte de un presupuesto fundamental cultural: las creencias. Cada cultura y micro-cultura, antropológicamente hablando, tiene creencias, es decir, supuestos básicos en donde se apoya el existencialismo y el historicismo del grupo social familiar, social, empresarial, etc.; así la creencia es un legado, un patrimonio, una base educativa y moral.
Estas creencias, normativizan una conducta por medio de una escala contrastante y axiológica de valores; éstos, como cualidades abstractas, tienen funciones de propiedad y de valorar, son como signos de las creencias que marcan un camino, mapas para llegar a un destino deseado. Obviamente, hay antivalores y valores relativos a lo que hoy podríamos considerar coherente, racional y ético. Pero los valores como principios mínimos, convenidos por un grupo sobre un sistema de creencias, no pueden aislarse o tratarse al margen del aspecto fiducial, por ejemplo, el decálogo judío; o bien, respetar determinadas leyes. Dicho de otro modo, los valores no preceden a las creencias y culturas, son un momento segundo de ellas.
Las creencias y los valores generan por coacción, por convicción o por educación un habito, o bien ciertas actitudes aprendidas socialmente en el grupo; cuando un nuevo sujeto se forma en un grupo social comienza a repetir comportamientos, inicialmente la persona es un ser mimético, repite y así aprende, va creando un hábito constituido sobre creencias y valores. Por ejemplo, las costumbres y el urbanismo disponen que los humanos occidentales tenemos que vestir ropa, esto puede estar basado en un sistema de creencias que supone que la desnudez, y concretamente la desnudez genital, no es aceptada por el grupo, y que además es algo indecoroso para la moralidad pública; luego se generan los valores que disponen una normativa de vestimentas, diferenciada para hombres y mujeres, finalmente se crea un hábito de vestirse, sin pensar mucho por qué uno se viste, lo hace sin más ni más. Sin embargo, en otras culturas, las creencias y valores pueden inhibir nuestros supuestos occidentales, y les puede preocupar más cubrirse el rostro, cubrirse la cabeza o bien cubrirse parcialmente.
Las creencias, valores y actitudes, definitivamente moldean la conducta, entendiendo ésta como comportamiento frente a estímulos, reacciones, o bien como comportamiento genérico. En este sentido, conducta sería la forma manifestativa humana de ser y estar frente a los otros. Retomando el ejemplo anterior, la persona occidental, tiende a vestirse como expresión conductual.
La pregunta crucial de este devenir antropológico constituido por creencias, valores, actitudes y conductas, es sobre la posibilidad de un cambio que se pretende para mejorar nuestra sociedad, para eliminar el maniqueísmo social, para luchar contra el inmediatismo y el desorden, para desplazar los pseudovalores del consumismo, para reestructurar lo debilitado por el conflicto, y para anteponer el bien-ser, sobre el bien-estar, y éste sobre el bien-tener. Entonces, nos preguntamos, y les preguntamos a los maestros/as y padres de familia, ¿cuáles son nuestras creencias?, o bien ¿nuestras creencias no son antagónicas a los valores que intentamos infundir?.
Ante de hablar o de predicar valores, habría que analizar nuestros sistemas de creencias, nuestras verdades, nuestros supuestos profundos, para no caer en el error farisaico de exigir cosas que no cumplían. ¿Cuántos padres y madres no les dicen a sus hijos que Dios es lo más importante, los mandan a la misa o a el culto, les exigen catequesis, primera comunión, confirmación, mientras que ellos y ellas, testimonialmente no practican?. ¿Cuántos patrulleros de la policía andan violando las normas de tránsito y luego exigen el cumplimiento de la ley?. ¿Cuántos demócratas son autoritarios dictadores en sus casas?. ¿Cuántos maestros y maestras exigen a sus alumnos y alumnas más de lo que ellos mismos
y ellas mismas pueden dar?.
Si queremos una nación mejor, con nuevas creencias y valores, con nuevas actitudes y conductas, no lo vamos a lograr con un sistema mágico de incentivos ni con una política descendente; se trata de todos los que tenemos más o menos conciencia del problema, maestros y maestras, padres y madres, empresarios y empresarias, políticos y políticas, militares, comunicadores y comunicadoras, etc. comencemos a pensar en una nueva generación que se forje y acrisole sobre un sistema sólido y coherente de creencias ciudadanas que no sólo se prediquen sino que se vivan históricamente con convicción.
Finalmente, cabe citar, que las diversas políticas de valores requieren de un verdadero marco referencial pautado por las experiencias; en efecto, es sumamente difícil pensar que un contenido curricular de valores pueda tratarse de manera similar a las matemáticas o ciencias naturales; en este sentido, las creencias y valores no se interiorizan por un proceso epistemológico enmarcado en un escenario ajeno, por el contrario los y las docentes tendrán que estar atentos a los posibles espacios y circunstancias escolares y comunitarias para integrar a los alumnos y alumnas en ellas y de ahí reflexionar sobre la experiencia. Dicho de otro modo, las tácticas y estratégicas didácticas y pedagógicas no pueden estar predeterminadas por una agenda causal, por el contrario, deberá ser casual, es decir, el o la docente tiene que aprovechar los contrastes de creencias y valores para inmiscuir a los alumnos y alumnas en un juicio existencial, en donde ellos y ellas mismos y mismas sean los y las protagonistas cercanos al hecho. No basta con que los estudiantes comprendan el concepto de solidaridad, dibujen algo referido al tema o participen activamente en un ejercicio didáctico; para que puedan encarnar, asimilar e impregnarse sustancialmente de la solidaridad tendrán que vivenciarla y luego reflexionar sobre ella. Es relativamente absurdo estar diseñando políticas, currículos, libros de texto sobre valores, mientras desaprovechamos la riqueza histórica y las circunstancias sociales para cristalizar un verdadero programa de creencias y valores; pero esta acción precedente demanda mística docente y una cuota considerable de creatividad conjugada con un marco ético y noético ya que la autoridad del docente es fundamental como referente mimético para los niños, niñas y jóvenes; la verdadera escuela de creencias y valores está latente en el cotidiano vivir de la familia, de los medios de comunicación a los que acceden los niños y niñas y de la escuela.





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